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5 oct 2009

Baldwing y como imponer respeto.

Baldwing redactaba una y otra vez un informe. Escribia rapidamente, sus dedos se desplomaban sobre la maquinita de escribir.

Levantó su vista al sentir que lo miraban.

La oficina era diminuta, apestaba a papel viejo y húmedo. Una ventana a espaldas de Baldwing repartia luz en el lugar, de frente una puerta dejaba ver el pasillo.

Su jefe y otros más lo miraban, como extrañados. De repente uno de ellos rompío en risa.
A Baldwing le indignaba ser objeto de burla, toda su vida lo habia sido. Su mirada cayó sobre sus papeles "La construcciòn puede demorar de dos a tres años utilizando materiales de buena cálidad, sin embargo sujerimos ..." decia el párrafo del texto que Baldwing tipeaba.

Baldwing tenia el dedo hinchado, cada vez que veia el anillo en su dedo índice y recordaba a su mujer pensaba en cortarse el dedo. No, no sacarce el anillo. No queria tolerar el tiempo que tardaba la piel en hacer desaparecer la marca que dejaba. Nada que le recordase a esa mujer. Mutilar la unión.


Una estridente risa llegó a Baldwing que no pudo evitar levantar los ojos. El de la risa se llamaba Sergio Falco. Era la mano derecha de su suegro. Ocupaba el puesto que Baldwing, por capacidad deberia ocupar. Su rostro, alargado y sereno era perfectamente armónico, pero un ojo de vidrio deformaba un poco aquella prólijidad estética que daba la imagen de Falco.

Se habian incorporado a la charla dos secretarias sumamente atractivas y de seguro se burlaban de la patética apariencia de Baldwing, era común para él que el género femenino se divirtiese a costillas de su mediocre apariencia.
No pudo evitar en aquel momento mirar a los ojos a Sergio, y sonreirle, como sonrie un desquiciado ante las llamas de la hogera donde piensan incinerarlo.



Sergio quedó paralizado,

¿lo habria soñado también alguna vez?, Baldwing se imaginaba hundiendole su lápiz de afilada mina en el ojo sano de Sergio. Una y otra vez. El chasquido que el ojo producia le sonaba morbosamente divertido.
Sergio no pudo evitar sentirce incomodo, recordó que esa misma sonrisa mantenia Baldwing mirandolo a los ojos el dia que decidieron brindar por su ascenso.

Baldwing esa noche recordó que los brindis tenian algo de especial. En sus origenes no eran rito de festejo, sino que ante la desconfianza de alguna autoridad ó persona hacia sus interlocutores realizaba el brindis. El miedo era, obviamente, que le hayan envenenado la copa.

Los que estaban por beber, golpeaban sus copas de modo que los contenidos se mezclasen. Si alguna de las copas estaba envenada, ambos moririan. De lo contrario, ante la inminente muerte, el traidor de seguro confesaría para evitarla.


Baldwing se sentia traicionado. Pero ya no funcionaba eso de poner veneno en las copas. Simplemente bastaba sonreir y que el destino se encarge de lo demás.

Y así fue que desde el día en que perdió su ojo, Sergio no volvió a acercarse a los brindis donde Baldwing fuese quien destapase las botellas mientrás sonreia.

7 comentarios:

Margo! dijo...

Es así, los accidentes ocurren, los atentados también...

Sin embargo, con Baldwing la diferencia entre una cosa y la otra puede no existir...

Darío dijo...

Interesante, hasta para elegir enemigos. Se pone bueno esto.

Marina-Emer dijo...

Gracias por la visita ...buen fin de semana
Saludos
Marina

TORO SALVAJE dijo...

Lo que te he dicho antes.
Ahora si que me preocupo.

Saludos.

Baldwin y la demencia dijo...

Preocupese mi amigo. Creo que tienen algo en común. Y eso me divierte.

El viento a contramano dijo...

Los trenes corren por las vías, los autos truenan en las calles... y a veces estos senderos se cruzan, y bueno, uno sabe lo que pasa: ocurren accidentes y la gente se lastima.
Excelente texto.

Gabiprog dijo...

Pocos ojos se pierden...

Estupendo!!