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7 mar 2010

Baldwing y la bailarina.

 Ah? Si... lo he visto.

Baldwing permanecia de pié con un ramo de florcitas tristes en la mano izquierda.  La bailarina de aquel circo fumaba lentamente apoyada comodamente en un poste. La arboleda y los barrancos por detrás desentonaban con la postal, como toda una gangrena petulante.
Baldwing se sentia una especie de imbecil parado frente a aquella mujer, diciendole cosas que ella no deseaba escuchar, como un descontento con su figura ensaya frente a un espejo.

_ Agradezco su gentileza, señor...?
_ Baldwing
_ Blading?
_ Bald-wing.

Si algo digustaba a Baldwing era la gente que no podia repetir su nombre.  La bailarina le recordaba a Margot en sus bueños años, la comparación era en cuestión repulsiva, pero ambas gustaban del barato perfume.

_  Creo que la cortesia, -dijo exalando humo- es un hábito moderno basado en un instinto primitivo para cortejar a la hembra. Y siguiendo ciertos hábitos modernos. ¿Porque creeria, señor Baldwing, que yo aceptaria el cortejo de un macho viejo y poco imponente? Señor Blauving, guarde las flores para su muerte, que parece darle vueltas a ud. como una mosca.

Baldwing permaneció en silencio. Una extraña rabia y excitación profunda lo sacudieron violentamente. Sin embargo solamente sus ojos se iluminaron, como si dentro de un cuerpo oscuro e inerte una llama súbitamente inciárá su combustión.

_ De cualquier manera, no creo, que alguno de sus amantes se parezca a mi. - habló Baldwing, su voz parecia salir de su pecho y no de su boca-
_ Gracias al cielo.
_  Lo cual la pone en evidencia...
Los ojos de la bailarina subitamente se llenaron de atención y dejo de fumar unos instantes, aunque quizás fue una sensación, un gesto nimio, y jamás sucedió.
_ Ninguno de los hombres que entren a su vida serán ni la mitad de interesantes de lo que yo soy.
 Los pétalos  se mecen impacientes cuando el ramo pasa de la añejada mano de Ruit a la de la joven promesa de arrabal.
_Usted murió hace mucho señorita.

Y caminando entre las casitas coloridas y atrapadas en el tiempo, no tardó en perderce. El cigarrillo de la bailarina vió la muerte bajo su pequeño zapato de baile.

Baldwing  recordaria el episodio mientrás  ordenaba alfabeticamente los expedientes. Las trampas del tiempo a algunos los exprimian,  a otros los congeleban.  Baldwing miró su oficina, se sentía a gusto en su cajón, -pensó-
                      como todos los muertos-.

La bailarina volvió a mirar el circo y se dijo, " algunos mas grandes, algunos mas chicos. Este es el cielo de estrellas  estrelladas."