Modo de Lectura

La lectura de este blog debe realizarse de ABAJO HACIA ARRIBA, para poder seguir la historia, puesto que, cada nueva historia completa la anterior.

17 oct 2009

Baldwing y la primer venganza.

Baldwing había controlado su cajón dos veces en el día como lo hacía a diario. La tercera vez que realizaba la rutina sabia conscientemente que buscaba respuestas.
No era extraño para Baldwing tener ese presentimiento. Sucedía cuando su sueño se repetía una y otra vez. Cómo si algo o alguien lo anticipase o tratase de enviarle un mensaje.
Revolvió una y otra vez su cajón. Finalmente el papel amarillento escrito con tinta azul ocupo el lugar en su palma casi posandoce debido al aire como una pluma que una niña lo agarra para pedir un deseo.

Tomó el teléfono del doctor que mató a su hijo y salió en la madrugada caminando en medio de la noche hasta una cabina, lo llamó y espero que alguien atienda.
En la casa del médico el teléfono aulló quebrantando los cristales del silencio noctámbulo y a juzgar por la hora todos pensaron que se trataría de una emergencia.
Baldwing tenía miedo de hablar, pero con un hilo de vos lo logró. Del otro lado un cansado hombre saludo.
_ Casa del doctor Rivero.
_ Si, el mismo habla. ¿Quién habla? ¿Qué pasa?
_ ¿Sabe lo que era la ley de Talión?
Hubo un silencio del otro lado_ ¿Qué?
_ Agradezca que estamos en una civilización moderna, de lo contrario yo debería matar a su hijo.
El silencio se agravó más del otro lado. A Rivero un haz de luz le cortaba la mitad del rostro.
_ Claro que en el útero de su mujer.-continuó Baldwing-
_ No sé quién es, ni se acerque a mi mujer.
El hombre parecia sonar rudo, pero en realidad sus pies se habian congelado de terror. Y Baldwing lo sabia.
Supuso entonces por el tono de voz del hombre y por su reacción que la mujer del Dr. Rivero estaba embarazada. Quizás internamente lo sabía desde hacia mucho.

_ Dígale a su mujer que se cuide de las escaleras.  -y colgó-

Desde ese día y durante cinco meses el doctor y su mujer adoptaron el miedo de costumbre. Ese miedo que se perpetúa con cualquier crujido, con cualquier molestia, con cualquier hombre que mira fijamente el abdomen hinchado de la mujer. Y el teléfono sonaba en la madrugada y una voz del otro lado se limitaba a decir_ Ley de Tailón.


Sin embargo pese al terror, Baldwing, tan sólo envió un peluche descocido a la habitación 198 del Hospital Allende, dónde Jerónimo Rivero había nacido un día helado a finales de Octubre.



El Dr. Rivero dejó de sonreír por el peluche cuando leyó la tarjeta que traia aparejada el oso. Sus dedos experimentaron un entumecimiento que jamás olvidaria. Imposible fué no mirar al recien nacido y su mujer, sonreir y tirar la tarjeta. Simulando sólo emoción.

Mientras tanto en su oficina, Baldwing, se sentía orgulloso haber logrado causar terror. Estaba con una sonrisa de oreja a oreja cuando su jefe lo reprendía por las manchas de tinta sobre los balances de octubre y por gastarse medio sueldo en tarjetitas de felicitaciones.


Es que Baldwing debió ensayar bien cada palabra para que el doctor nunca, jamás, volviese a conciliar el sueño.

13 oct 2009

Alexander y los gajes del oficio.


Quizás por ser sábado a la tarde, el puerto estaba vacío. Unos pocos barcos se mecian vagamente sobre sus propias manchas flotantes de aceite.
 Alexander vio una joven figura mirando el horizonte. Femenina, de unos 23, 24 años de edad. Alexander se acercó despacio. Apreció cada detalle en las curvas de la señorita. Cuando la mujer volteó Alexander se enfrentó a los ojos más bellos que jamás había visto. Un turquesa penetrante invadió sus pupilas aquel quieto día.  El encuentro de miradas duro un par de segundos pero  en posteriores sueños esos ojos volverían, una y otra vez.
La mujer bajó la mirada. Alexander la sostuvo emulando la tranquilidad que le producia la quietud de la tade. Una tarde estática que se habia propagado por la ciudad.  La brisa cálida rodó desde el cabello hasta la cintura de la mujer.  El  vestido blanco  se le mecía y agitaba su pañuelo celeste. Alexander pensó muchas cosas mientras las anclas  golpeaban una y otra vez con las oxidadas cadenas debajo del mar.
Alexander camino hacia la muchacha, le sobresaltó asi mismo la reverberación de sus zapatos sobre la humedecida madera del muelle.
La mujer no volteo, quizás avergonzada, quizás inquieta.
 Él la miró con una extraña sensación de belleza, como si  mirase una obra de arte de una galeria.
Las curvas de su cintura jugaban sensualmente con el vestido. Alexander hizó cinco pasos pensando en los ojos que aquella joven le habia permitido ver.
Cuando le tocó el hombro  la joven volteo tímidamente, sonrojada a causa del  viento que levantaba su pollera.


A_ Es una hermosa tarde para contemplar el mar.
J_ Es verdad. –dijo ella casi repitiendo, sin voltear.

El mar suspiró.
A_ Quizás no entienda mucho de moda, pero su pañuelo, sus ojos y el mar hacen juego.
Dijo Alexander con una sonrisa seductora.
La mujer sonrío tímidamente pero no respondió. Le parecía un comentario por demás cursi.
A_ ¿Me permitiría ver su pañuelo?
La mujer miró confundida.
Otra vez esos ojos, cada pequeño destello de luz hacia única su mirada.
Sonriente Alexander le extendia su mano. La joven se quitó el celeste pañuelo y se lo dio en la mano. Su pelo bailo con el viento en aquel momento.
 Alexander lo acarició mientras sacaba un diminuto frasco de su abrigo.
A_ Es sencillamente hermoso,  Érica.
Las pupilas de la mujer se dilataron rápidamente. Quiso decir algo pero de su boca no salió palabra.
A_ ¿te gusta el mar verdad?
E_ Si.
La joven parecía atontada, Alexander comenzó a mojar el pañuelo con el contenido de una pequeña botellita de vidrio.
A_ Cuenta una vieja leyenda que si te duermes en el mar amaneces siendo sirena.

Por un momento el mar entero pareció callar. Todos sus ecosistemas guardaron silencio.
A_Que descanses Érica.
Y sin apenas forcejar el pañuelo le  beso la nariz. El desvanecimiento fue lento, como si se tratase de un film donde todo sucede en cámara lenta. Y fué así como su pañuelo celeste continuo flotando en el agua al hundirse el cuerpo con la perpetua ilusión de transformarse en sirena.