Llovía afuera. Era la tormenta menos oportuna que le tocaba a Alexander.
Años después Baldwing no sabia porque la lluvia le recordaba a su padre, ni porque le excitaban las oficinas.
Alexander tenía los ojos mas helados que de costumbre. El miedo era una sensación repugnante. Alexander pensaba en su hijo, en el terror de no volverlo a ver. Y sentía miedo y se odiaba.
Esperaba grandes cosas de esa bola de grasa pequeña y esquiva. Temía no estar ahí para ver a su hijo crecer.
El poder de Minerva se habia extendido y resultaba inquebrantable. Y asustaba
"El polaco mariconea" le había escuchado decir al pendejo insolente de Minerva, lo peor es que tenía razón. Pero era el único que no demostraba temerle.
Alexander recordaba con frecuencia que debió de haberlo matado en el bar, cuando tuvo la oportunidad. Ahora él era un insecto al lado del poder de Minerva. Se habia vuelto fuerte y Alexander era su capricho. Lo quería en sus filas, queria escuchar que le era fiel y que mataria a cualquiera por hacerlo feliz.
Ahí el error de Minerva, Alexander podia matar a cualquiera pero no podía brindarle felicidad a nadie.
Margot habia sufrido sus amenazas y se habia refugiado en Europa algunos meses. Alexander no disimulo la sorpresa por el viaje de la prostituta ¿De dónde sacaría el dinero?,
Ahora llovia como jamás pensó que podría ver llover, "genial" pensó. Justo el día que necesitaba silencio. Sin embargo la lluvia le permitió dos cosas. Entrar a la residencia de Minerva fue en extremo fácil, y sus guardias no escucharon el menor ruido pues era camuflado por la lluvia.
Antes de llegar a la habitación de su gran víctima se encomendó a Dios. Tenía miedo no cabia duda, porque él no creía en Dios. Sentía flaquear sus piernas y pensó en su hijo. Entendió que el pequeño Baldwing habia heredado su talento y elegancia. Entendió que sería mucho mejor que él, y que su nombre sería temido, y que nadie se metería en su habitación para matarlo de noche, porque tendrían pánico.
En algún punto, deseó que su hijo fuese como su siguiente víctima. Y quizás no era miedo lo que sentía (alguien con miedo no entra a una casa a matar a cinco guardias y a su custodiado ) sino una dosis de admiración mezclada con cariño. Una forma muy particular de cariño que sólo alguien así de corrompido puede entender.
El padre de Minerva había sido un mediocre, que dedicó toda su vida al trabajo y al esfuerzo, pero nada obtuvo, decían que por ser demasiado bondadoso y leal.
Mediocremente se dejó morir en sus escritorio llenando planillas de balances y contestando llamados telefónicos y cuando las cosas se ponían feas también debía servir café. Mediocre feliz.
Cuando nació Rodrigo, sabía que iba a heredar de él esa mediocridad, pero lo esperanzaba el título universitario, se lamentaba sin embargo de su propia vida y pensaba -pese a la ilusión- no podía esperar tanto de su hijo.
Rodrigo creció subversivo e intolerante y hoy era dueño de gran parte de la ciudad, a costa de una gran cantidad de sangre en sus manos que no le pesaban. Su padre, sin embargo, nunca estuvo orgulloso de su hijo y de haberlo visto tampoco lo hubiese estado.
Al entrar a la habitación Minerva dormía cómodamente. A su izquierda un guardia dormido no pudo verlo. Aquello de dormir con guardia era el colmo, mucha gente queria verlo muerto.
Cosa del destino: si el guardia hubiese estado despierto, quizás Alexander moría. Aquel ajedrez del causalidades era bastante indescifrable y siempre Ruit sonreía con estos detalles. Algo que padre e hijo tendrían en común
No era su estilo matar por la espalda, pero el guardia no le interesaba. Se acercó a él y lo degolló. El hombre lanzó un alarido, pero no alcanzó a despertar a Minerva del todo. Lentamente se incorporó y tardo en reconocer la escena. Inclusivamente sacó un arma de abajo de su almohada y la apunto al gran bulto. Alexander encendió la luz.
_ Alexander. Entrás a mi casa y ¿ matas a mis guardias? El seguro se negará a pagar por esto. ¿A cúantos has matado?
_ A todos.
_ Eran buenos chicos, no se lo tenían merecido. Debiste pedir una cita.
_ Trabajaban para tí, yo nunca lo hice. Eso los hace bajos y mediocres.
_ ¿Los mediocres merecen la muerte? ¡Que Nazi! ¿Te asusta la mediocridad? Haciendo esto no te libras de ella.
_ Si, me asusta. Algo.
_ Dame un motivo para que no te vuele la cabeza en este momento. ¡Odio que me despierten! ¿quien va a limpiar este desastre?! Vas a morir en mis manos Alexander, como un mediocre. Un tipo como tú, esto no debió de ser así. Dame un buen motivo y te vas a tu casa.
_ Te quité el cargador mientrás dormias.
Minerva quedó atónito. Hubo un silenció de ultratumba. Corroboró lo que Alexander le dijo y no podía creerlo. Él no tenia el sueño muy pesado, de verdad era talentoso aquel hijo de puta.
_ Ese es un buen motivo.
Rodrigo baja el arma y el silencio se prolonga en la mirada perdida de Minerva. Lo volvió a mirar y le pidió que apague la luz, por alguna manera pensó que así doleria menos.
Alexander lo hizo y sacó su Magnum Carry que brilló por la luz que se colaba por la ventana.
_ De cualquier forma Rodrigo, debo reconocer que usted es un caballero. Y que me complace no haberlo tenido que matar por la espalda. Odio matar con armas de fuego, pero usted es un caso excepcional.
La silueta de Alexander pone una bala en el tambor. Una sola bala en un tambor de seis orificios.
La hace girar y cierra el arma.
_ Al final sí, resultaste mejor que yo Alexander, pero no libres esto a la suerte. Quizás no todo está a tu favor.
Alexander le sonríe. Minerva se habia imaginado una suerte de ruleta rusa, en el caso de no salir la bala (bastante probable) Alexander se retiraba dándole una lección. Pero no era el caso.
Alexander conocía de manera precisa el sonido la bala alineada con el martillo. Un sonido apenas audible, mecánico. ¿O era sólo una sensación precisa, mecánica?
_ No lo hago.
Le disparó en el corazón, pese a la luz apagada su disparo fue preciso. En el fogonazo Alexander vió la cara de dolor de Minerva. Se sentó a su lado y lo observo largo rato. "Ojalá mi hijo sea lo que vos fuiste, pero menos enfermo" Le cerró los ojos.
El olor a lluvia afuera lo reconfortó, con siete muertos adentro la casa hedía a sangre.
Alexander se alejó caminando.
El destino, aunque hizo dormir al guardia, se río de Alexander cuando le dió un hijo como hubiese deseado el padre de Minerva.
Aunque en lo profundo, era mucho peor que cualquiera.